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Basta ya de sensacionalismo respecto al poker

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En estos tiempos que corren, intentar defender la profesión del periodista se convierte en un esfuerzo quijotesco. Los diarios en papel lloran los suscriptores perdidos por las modernidades del nuevo siglo y sus versiones digitales sufren la competencia casi absurda de una mirí­ada de blogs y noticieros nacidos en la Red o emigrados a ella.

La consecuencia es que la obligada búsqueda de anunciantes se torna similar a las avalanchas de pedigí¼eños que rodean al chico de la peli cuando llega a Calcuta para incorporarse al ejército colonial. Es de estos casos en que no sabes cuál es la causa y cuál el efecto. Si son los periódicos los que se vuelven dóciles con los de su cuerda o si son los que los financian los que exigen trato de favor como especie protegida que son. Y lo que quieren los anunciantes es exposición. Clicks, muchos clicks.

Si reducimos el campo de observación a la prensa especializada, como la del corazón o la deportiva, el panorama es desolador. La falta de objetividad y la traición a las tradiciones periodí­sticas son alarmantes o, lo que es más grave, ya ni alarman.

La corriente del sensacionalismo en los medios no iba a ser ajena al poker. En todo caso, nuestra actividad está sujeta a un ataque más violento si cabe, siempre amenazado de ser engullido en una maniobra de doble pinza entre la barata búsqueda de un click de sobra y las ganas de las autoridades de cumplir cuotas y de paso cargar sus pecheras con kilogramos de medallas de hojalata.

Esta semana, en una nueva muestra de la lí­nea argumental que la prensa generalista en su conjunto parece haber adoptado con el poker, se pudo leer en la web del Diario Sur la siguiente combinación de titular y subtí­tulo: «Desmantelado un local ilegal de poker en Estepona. La policí­a interviene maletines para el juego con fichas por valor de algo más de 970.000 euros».

Las fichas más caras que conozco yo son unas de oro blanco con piedras preciosas incrustadas en el borde, distintas según el color de la ficha: rubí­es para las rojas, esmeraldas para las verdes… Están valoradas en varios millones de dólares, otro nivel, pero las requisadas en Málaga deben ser muy chulas también. 970.000 euros. Qué lujo.

Alex Hernando, un querido compañero, se mofó de la cifra en Twitter, y recibió contestación del redactor de la noticia. El intercambio de explicaciones arrancó con un tono ligeramente elevado pero finalmente resultó provechoso, pues el texto sobre el que se discutí­a fue corregido y ahora reza así­: «La Policí­a interviene maletines para el juego con 1.766 fichas, 35 barajas y 2.755 euros en efectivo». Que no es un cambio menor, precisamente.

La diferencia entre embellecer un titular para atraer a quien navega por Internet en lancha motora, que sabemos de sobra lo complicado que es, o retorcerlo para arrancar un click de la curiosidad morbosa se hace demasiado tenue. El redactor defendí­a su enfoque inicial, debemos pensar que de buena fe, basándose en que se sobreentendí­a que los 970.000€ no eran el valor real de las fichas, sino el simbólico.

Yo prefiero que no se me sobreentienda. Ya es bastante frustrante intentar explicar las cosas y saber que mucha gente va a entender lo que le venga en gana. Como para andar publicando acertijos.

Voy a pensar bien del profesional del Diario Sur porque, como ya te decí­a, en estos casos no es solo la intención de captar lectores la que entra en juego. La policí­a también tiene su parte de culpa. La grandilocuencia de las cifras tiene su origen, normalmente, en los departamentos de comunicación de las unidades que llevan a cabo la intervención. Junto a la inevitable y ridí­cula foto de las fichas, los maletines y las barajas escrupulosamente ordenadas para la foto.

¿Qué mando puede resistirse a resaltar que los números que hay inscritos en el plástico suman 970.000€, sabiendo que habrá nota de prensa de por medio y engordará las estadí­sticas del año? Solo lo siento por el agente al que le tocó contarlas. Calcular stacks a bulto en los torneos añadí­a kilos de peso a mis párpados. Y habitualmente rondaban como mucho la centena.

No intento ridiculizar la acción policial. Las leyes delimitan el espacio en el que se pueden organizar partidas de poker; son los casinos los que cuentan con la debida autorización. Agradecemos a los cuerpos de seguridad del Estado que hagan cumplir las normativas, pero, vamos, tampoco queramos hacer rivalizar cada intervención de estas con el desmantelamiento del clan de los Oubiña.

Es hasta cierto punto lógico y admisible que cada vez que se toque el tema del poker en los medios escritos o audiovisuales el enfoque preferido sea cúanto se gana o se pierde, en qué grado afecta a la vida social o familiar la dedicación a vivir del juego y demás, antes que hablar de las aburridas horas de estudio, la habilidad que requiere destacar en él, la preparación psicológica o la vertiente competitiva de los torneos. Igual que a mí­ me importa un pimiento lo que le cuesta a un actor aprenderse un guión. Quiero que me hable de si su pelí­cula tiene muchos tiros o qué tuvo que prometerle al director para que le diera una escena subida de tono con Scarlett Johansson.

Lo que no está bien y me atrevo a reprochar es el intento de crear alarma social. Voy a poner un ejemplo muy sencillo. Cerrar un local en el que se organizan partidas de poker sin licencia es lo mismo que cerrar un bar que no tenga permiso de apertura. Me sonrojo ante lo risible que serí­a ver un artí­culo sobre la clausura de un after ilegal adornado con una foto de las botellas y los vasos de tubo puestos en fila, los posavasos apilados al frente y un subtí­tulo que rezara: «La policí­a evita que la venta indiscriminada a menores. Las botellas requisadas estaban etiquetadas según la edad de los clientes a los que iban destinadas – ron de cinco años, whisky de siete años, whisky de doce años, etc…-«.

Seamos serios. Ah, y la ignorancia nunca puede ser excusa. Cuando a mí­ me llega un tema que toca palos que se alejan de mi repertorio habitual, intento indagar sobre ello con los medios a mi alcance, o contactar con quién me pueda orientar. En todo caso, adopto el tono más aséptico posible y dejo claro mi desconocimiento del tema para no llevar a nadie a engaño, sobre todo en los titulares. Y no soy periodista ni tengo autoridad para detener a nadie.