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La Razón se hace eco de la realidad del póker en su artículo: La fiebre del póquer: los nuevos

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El póquer sigue acaparando las primeras páginas de los diarios, en busca de normalizar nuestra pasión y apartarla de la imagen que se tiene de ella. Esta vez es La Razón la que le da una cobertura importante a lo que todaví­a para muchos es una afición de tahúres y tramposos.

Este es el artí­culo que firmado por Macarena Gutiérrez refleja la realidad del póquer actual en nuestro paí­s:

La fiebre del póquer: los nuevos «tahúres» salen de la universidad

Jóvenes con carrera se han adueñado de las mesas de póquer de los casinos. El jugador profesional ya no es el tahúr de antaño, sino un treintañero con la mente frí­a y una cabeza privilegiada para el cálculo de probabilidades.

Entran en grupo en la cafeterí­a. Son cuatro chicos jóvenes, en sus treinta. Uno lleva chaqueta de cuero y botas de serpiente, otro viste sudadera y zapatillas. El tercero lleva las iniciales bordadas en la camisa. Desde fuera, no parece que les una gran cosa, pero lo tienen todo en común. Son jugadores profesionales de póquer.
Germán (alias «Nécora»), Armando («Romariopov»), Jorge («Kocoliso») y Francisco («Pakito») se ganan la vida con las cartas. Antes tení­an un trabajo «normal», pero se dieron cuenta de que en el póquer eran mejores que el resto. Cuentan que en su entorno recibieron la noticia con escepticismo. Los más descreí­dos les advirtieron de que se iban a arruinar, que lo iban a perder todo. El paso de los meses ha servido para callar muchas bocas.
Dicen que no se sienten especiales ni envidiados, aunque hay algo que les diferencia del resto, y lo saben. Entre risas, Jorge afirma que «está claro que si eres tonto, aquí­ no duras ni un telediario». La mayorí­a aprendió a jugar hace años. Armando fue el más precoz; con cuatro ya se echaba faroles. Sus padres le dejaban ver su partida semanal y de ahí­ nació una afición que desde 2005 es su trabajo.

En Las Vegas

No son muchos los agraciados. Francisco, campeón de España en 2006, explica que en Madrid puede haber entre 20 y 30 profesionales que reparten su tiempo entre los casinos de Torrelodones y Aranjuez y el juego por internet. Nunca madrugan, juegan sobre todo por la tarde-noche y se han sacudido la rutina que atrapa al resto de los mortales.
Cuando el territorio nacional se les queda corto, cogen un avión y se van a disputar torneos por todo el mundo, incluido el Mundial que se celebra en Las Vegas. La competición la afrontan con un ánimo más lúdico. El ambiente es tan bueno «que parece mentira que la gente se esté jugando el dinero que se está jugando», dice «Pakito». «Las partidas diarias las tomamos más como un trabajo. No se trata de una diversión, sino de tu pan diario», continúa.
A cada frase cae un mito sobre el póquer. La leyenda de las timbas ilegales en chalés, del alcohol corriendo a chorros y de los jugadores apostando entre nubes de humo es sólo eso. Desde que los casinos se dieron cuenta en 2000 de que el negocio ya no está en juegos de azar como la ruleta, las partidas privadas (prohibidas en España, donde en casa no se puede jugar «ni con garbanzos») han descendido notablemente. El de Torrelodones acaba de abrir un «poker room» con seis mesas de «cash» y 24 para torneos.
La mayorí­a de los campeonatos son «no fumadores» y el agua y el café son las bebidas más servidas. Además, la transparencia es absoluta. «Hoy en dí­a las trampas no tienen cabida», dice «Pakito». Lo cierto es que los jugadores se sienten más seguros ahora. La mayorí­a de las partidas que se realizaban en casas «estaban amañadas, esperaban al primo y le pelaban, bien con cartas marcadas o con pactos entre los jugadores».

Cartas marcadas

Armando apunta que «desde que los americanos impulsaron el juego todo ha cambiado. El póquer de antes, el del oeste, ya no existe». Sólo Germán dice que una vez en Torrelodones echaron a un jugador porque estaba marcando las cartas. Ninguno se habí­a dado cuenta, pero el servicio de seguridad funcionó a la perfección y el tramposo acabó en la calle.
El cine se ha encargado de mitificar una actividad que estos jugadores ven más como un deporte de habilidad. Tan sólo la pelí­cula «Rounders», interpretada por Matt Damon, se parece en algo a lo que ellos viven cada dí­a. «Es la más fiel –sentencia Francisco–, el resto no retrata este mundo. Hay miles de jugadores en la clandestinidad, ganándose la vida, sufriendo. Sólo salen unos pocos en la foto. De repente, pierdes 20.000 euros en dos dí­as y se te va la cabeza». Jorge está de acuerdo. «En el cine son unos tramposos y eso aquí­ no pasa. John Turturro lo explica muy bien en la pelí­cula cuando dice que él juega para que no le falte nada a sus hijos, no quiere ser el mejor». Sobre las ganancias se muestran más reservados. Un buen mes pueden ganar 15.000 euros y al siguiente perder 3.000. Los beneficios se cotizan por rendimiento, igual que si te toca la loterí­a.
¿Y qué pasa cuando se encuentran en las mesas? El ex campeón de España explica que «si estamos cuatro en la misma partida y entra gente de fuera, está claro que vas a por el más débil, no a por el más fuerte». «Hombre –dice Armando– si te tienes que pegar, te pegas, pero procuras ir a por el que va a regalar el dinero. Lo que nunca se hace es jugar en equipo, eso serí­a una trampa y se darí­an cuenta rápido». Jorge se rí­e: «A mí­ me da igual. Yo, si puedo pelar a éstos, los pelo y voy a ir a por ellos». Al que «regala el dinero» le llaman el «pescado» y los identifican como «puntos» sobre el tapete.

Entrar en barrena

Lo más importante es mantener la cabeza frí­a. Pase lo que pase. «Aunque tengas la peor suerte del mundo o te llamen para decirte que se ha quemado tu casa, tienes que ser como el hielo y seguir jugando con la cabeza y no con el corazón», aclara Jorge. A un «calentón» lo llaman entrar en «tilt» (del inglés entrar en «barrena»). A todos les ha pasado alguna vez, lo que marca la diferencia es que te ocurra las menos veces posibles. «Es lo más normal del mundo. Hay muchos jugadores buení­simos que hacen una jugada en la que pierden con el 80 por ciento, se cabrean y a la siguiente jugada regalan el torneo. Pierden y se van».
Están de acuerdo en que la otra clave es el «control de banca», jugar dentro de tus posibilidades. «El mejor jugador del mundo, si no juega dentro de su banca, se arruina. Nunca puedes poner más del 0,5 por ciento de tu dinero en una partida. Si lo haces, estás a merced de la suerte», dice «Kocoliso».
En el póquer no hay lugar para el azar. Es un juego de habilidad, de control de las emociones, las tuyas y las del otro. Según «Pakito», «nos dedicamos a esto porque somos mejores que el resto, no porque seamos los tí­os con más suerte». Eso sí­, o eres el mejor o dedí­cate a otra cosa. Te puedes ganar la vida siendo un camarero mediocre, pero si eres mediocre en el póquer no hay nada que hacer.
Armando cree que «jugar en vivo es mucho más creativo, no tienes las estadí­sticas exactas de cada jugador, las tienes que oler tú. Eso te lo da la experiencia». Unos confí­an sólo en las matemáticas, en la probabilidad, y otros creen que se puede sacar mucha información observando al contrario. Hay jugadores que llevan bufanda porque se les mueve la nuez cuando han ligado cartas o gafas de sol para que la mirada no revele nada. Estos cuatro profesionales no cuentan con amuletos ni tienen grandes maní­as. Confí­an en su destreza.
Para la foto que ilustra este reportaje se repartió una mano falsa. Germán no se cree su mala pata. Le han dado dos ases, lo que ocurre una vez cada 222. Todos se rí­en y se disponen a marcharse. Aquel dí­a jugaron el «mensual» de Torrelodones. Armando quedó cuarto y se llevó 6.000 euros.

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