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Una historia sobre Ivey y el mundo del gambling

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El staff de las WSOP®, con Jake Effel como vicepresidente y cara más visible para la mayorí­a de gente, tiene otras muchas personalidades, algunas de ellas que incluso nos atreverí­amos a calificar como peculiares.

Un ejemplo de ello, es el caso de Nolan Dalla, Media Director desde 2002, y que compagina sus tareas en las WSOP®, con un blog muy ilustrativo e interesante, en el que de vez en cuando deja caer alguna perla en forma de batallita o idea personal.
Con Dalla he coincidido en dos ocasiones, una en Las Vegas y otra en Cannes, con motivo de las WSOPE®, y siempre ha dado la casualidad que he compartido mesa a la hora de plantar mi ordenador. En ambas ocasiones, me dio la sensación de ser alguien peculiar, con cosas que contar y con quien poder tener una diferencia de opiniones, pese a lo secos, estirados e incluso rí­gidos que son los mandatarios de las WSOP®, por lo menos mientras se están celebrando algunos de sus eventos.
A sí­ mismo se define como «Escritor, polémico, socialista, humanista, escéptico, contrario, libre-pensador, bebedor de bourbon y estudiante de la vida» si echamos un vistazo a lo que dice su bio de Twitter, una cuenta que sugiero seguir, si os gustan las batallitas contadas en primera persona.
Precisamente, una de estas historias es la que nos ha llamado la atención recientemente, ya que termina con una moraleja que abrirí­a los ojos a muchos que nunca se han parado a observar cómo funcionan algunas personas relacionadas con el «gambling». Sin más, os dejamos aquí­ un fragmento (los más importantes) de esa entrada en su blog:
«Lo primero que escuché fue el rugido del motor.
Era Phil Ivey con su Mercedes SLR McLaren plateado, y se acercaba como una flecha hacia mí­.
Si alguna vez tení­a que ser aplastado por un vehí­culo a motor, me gustarí­a que fuera coche de lujo de 285.000$. ¡Menuda forma de morir! Mucho más glamouroso diñarla porque Ivey llega tarde a su partida de golf, que ser atropellado por mí­sero Dodge Neon.
Sin saber cómo, logré sobrevivir a este episodio en el aparcamiento del TPC, en Las Vegas. ¿Podrí­a sobrevivir también a 18 hoyos contra Ivey?
Empecemos por lo obvio: soy un jugador terrible… Espera, peor que terrible. ¿Cuál podrí­a ser un adjetivo más fuerte? Soy un jugador de mierda, mi golf apesta… Phil Ivey y Greg Raymer no tienen ni idea de lo que les espera hoy. […]
Cualquiera que piense que el golf consiste en darle golpecitos a una pelotilla a lo largo de un campo, está muy equivocado. El golf consiste básicamente en dos cosas muy diferenciadas: estatus y poder, dos cosas que desafortunadamente, no se pueden fingir, lo cual me deja en una situación bastante jodida […].
Es por ello, que tantí­simos negocios se cierran en un campo de golf. Sin embargo, no tenemos nada que hacer hoy. Entre los tres hemos ganado un total de nueve brazaletes de las WSOP® y más de 20 millones de dólares en toda nuestra carrera. Personalmente, he estado presente en más de 800 mesas finales de las WSOP®, lo que deja a Ivey y Raymer a la altura del betún. No me llegan ni a la suela del zapato. […]
Nuestro partido de golf termina, con lo que considero una historia extraordinaria, que muestra el código de honor que existe entre los jugadores.
Yo estaba, por motivos obvios, jugando en otra liga a la de Ivey a la hora de apostar. Sin embargo, nos jugamos unos cuantos dólares, y Ivey se lo tomó todo tan en serio como si estuviera jugando la última vuelta del Masters. Ni siquiera Greg Raymer (mucho mejor situado económicamente que yo) fue capaz de arañar unos cuantos dólares a Ivey. Con este panorama, sediento de acción de verdad, ¿qué hizo Ivey? A medida que nos acercábamos al hoyo 15, se metió la mano en el bolsillo, sacó el móvil y empezó a marcar. Conseguí­ escuchar las primeras palabras de la conversación:
Ivey: ‘Hey Chip, estoy jugando los segundos nueve hoyos. Me acerco a un PAR: 5, deben ser algo más de 500 metros, me siento bien, creo que puedo con él. ¿Nos jugamos algo?
Obviamente, el que se encuentra al otro lado del teléfono es Chip Reese, aunque no tengo la menor idea de lo que le dice.
Ivey: ‘Bueno, entonces ¿cuánto?’
Ivey: ‘Diez mil, suena bien. Te llamo en unos 10 minutos’
Ivey se va al tee de salida, y dispara un swing perfecto, que pasa entre dos pinos altí­simos, y sitúa la bola en la calle central. Parece que Chip Reese se tendrá que joder. Diez minutos más tarde, Ivey está en el green, y emboca en cinco golpes. Sin esfuerzo. De nuevo, éste saca el móvil.
Ivey: ‘Me debes diez mil’
Ivey: ‘¿Quieres volver a probar en el siguiente hoyo? Me imagino que es un PAR: 4’
Ivey: ‘Muy bien, entonces solo me tienes que dar diez mil para estar en paz. Hablamos esta noche’.
Y eso fue todo…
Lo que más me llamó la atención de todo esto, es que Chip Reese nunca pide a nadie que verifique si realmente Ivey habí­a hecho par. No hubo allí­ ninguna solicitud para entregar una prueba. Bastó con la palabra de Ivey, eso fue suficiente. Diez mil dólares cambiaron de mano.
Lamentablemente, el gran Chip Reese murió pocos meses más tarde. Supongo que ésta fue solo una de las muchas historias sobre apuestas entre estos dos grandes jugadores. Probablemente, para ellos ni siquiera suponí­a nada.
Pero me quedo con lo que cuenta la historia: un código de jugadores sorprendente, que serí­a impensable entre casi cualquier otro grupo, incluso entre los amigos más cercanos. La victoria de Ivey y una deuda de 10.000$ fue aceptada basándose única y exclusivamente en la palabra de una persona.
Cuando trato de explicar lo que realmente sucede en el mundo de los grandes jugadores, creo que esta historia refleja a la perfección cómo son ellos en realidad.»