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Regreso al Cirsa Poker Tour Isla Margarita. Día 1

Por la mañana, las caras tristes de los gatos y dos botellas vací­as de Viña Esmeralda, culpables del ligero espesor que tengo en la cabeza (no fueron las dos para mi, ojo) me despiden a las 8:45 de la mañana. Voy, para variar, con el tiempo justo. Cualquier contratiempo me hace perder el avión. Tengo que pasar por la oficina, en Vigo, a dejar unos papeles y el coche. Mejor parking que ese, pocos encontraré. Por el precio, digo.

Llego bien al aeropuerto, facturo la maleta hasta Caracas y me entra la nostalgia. La última vez que estuve en este aeropuerto fue para despedir a Marian. Ese último beso aún da vueltas en la memoria y, en ese momento, más.

Llevo 70 discos cargados en el ZEN. Pongo el 1º al sentarme en el avión pero no llego a la segunda canción. Me despierto al aterrizar en Barajas.

Llevo la cámara grande metida en la maleta. No he sido previsor pidiendo prestada una pequeña. Bueno, el sábado no iba a ir, así­ que algo más me habré dejado.

El trayecto de la puerta E77, donde bajamos desde Vigo, hasta la A6, de donde sale el avión a Caracas debe ser de los más largos que se pueden hacer en Barajas. Pero bueno, tengo tiempo y las mujeres van ligeras de ropa, con lo que el paseo no se hace pesado.

Estoy algo intranquilo y eso que ya va a ser la quinta vez que cruce el Atlántico en dos años. Tardo en darme cuenta que es porque siempre fui en un grupo, con lo que no habí­a que preocuparse de nada. Todo organizado y planificado. Esta vez sólo tengo el billete de ida y vuelta a Caracas y la entrada al torneo pagada. Todo lo demás está por concretar. Y me encanta la emoción pero, en cambio, la incertidumbre no es mi estado favorito.

La primera hora de vuelo, la paso durmiendo. Despierto a 6.000 kilómetros y a 7 horas 15 minutos de Caracas. Miro que música hay en el sistema de entretenimiento que propone Air Europa. La selección del canal indie es la misma que en febrero.

No quiero gastar la baterí­a del ZEN por si me hace falta en Maiquetia, así­ que escojo la pelí­cula «El hombre que miraba fijamente a las cabras». Anoto una frase del diálogo: Averigua cuál es tu destino y el rí­o de la vida te llevará hasta él. Los acontecimientos de la vida te darán pistas sobre ese destino. ¿Premonitorio?

Me duermo a la mitad de la pelí­cula, para variar. Siempre caigo a la mitad, si un film es interesante. Si no es así­, suelo claudicar en el minuto 15. Me despierto, rebobino y busco una postura que mitigue el dolor de espalda. Menos mal que no tengo a nadie al lado. Así­ me ahorro la conversación y puedo estirarme algo. No tengo ganas de contar el motivo de mi viaje, porqué tampoco lo tengo claro, torneo aparte.

Al acabar la peli, paseo arriba y abajo del pasillo del avión, tratando de estirar los músculos.

Me chupo otra peli de Mel Gibson, investigando el asesinato de su hija, que no está mal. También me caigo a la mitad. Rebobinar, recolocar el cuerpo y terminar de ver.

Cuando quedan 2 horas para llegar, me pongo Invictus, de Morgan Freeman. Caigo en el minuto 15. Al despertar, ya ni rebobino. Traen la merienda.

Aterrizamos perfectamente. El control de pasaportes está sorprendentemente vací­o y a las 00:12 de mi móvil recojo la maleta de la cinta transportadora. Ha salido la segunda.

Empieza el baile de ofertas para cambiar moneda. Me ofrecen 8.5, 8 y 9 crastibolos por euro. Eso quiere decir que se pueden conseguir por 10, así­ que cambio sólo 100 euros a 9, para el pasaje hasta Margarita, que tengo que gestionarme yo.

Nada más entrar en la terminal nacional, me ofrecen el billete a Porlamar por 630 crastis, o 70 euros. Pero sólo ida. Era una oficina de una agencia de viajes, done aparentemente deberí­an ofrecerme un trato razonable. Me da por mirar, a pesar de sus advertencias de que no iba a encontrar plaza. En Laser no hay vuelta para el dí­a en que yo quiero. En Aeropostal consigo uno de ida y vuelta por 525 bolos, 55 euros. Respiro aliviado. Me habí­a preparado mentalmente para quedarme esa noche en el aeropuerto.

Recuerdo como en febrero me llamó la atención la talla de sujetador de los maniquí­s de las tiendas.

Como algo. Como aprendí­ a hacer arepas, quiero comparar las originales con las mí­as. Ganan las originales, no hay sorpresas…

Embarcamos media hora tarde, una joya para los retrasos que hay, por culpa de la lluvia que cae en muchas partes del paí­s. Otro plácido trayecto hasta el aeropuerto Santiago Mariño, que es el que sirve a la Isla de Margarita. La maleta vuelve a salir de las primeras. A las 23:00 hora local llego al hotel.

Encuentro en el casino a Santi Torres y a Luis Rodriguez, Paquirrí­n, compañeros de la última experiencia en la isla, en febrero. Me presentan al nuevo boss de Cirsa en Sudamérica, Quique, que resulta ser catalán y culé. A algunos empleados conocidos del Casino. Me presentan a los cacereños que vienen con Luis, Marcos y Roberto, que están jugando un torneo. Cuando me doy cuenta, tengo un Barceló con hielo en la mano. Uno me lo tomo, después del tute. Pero no estoy para mucha fiesta. Me voy a la habitación, no sin antes comprobar que no funciona internet en el hotel. Ya haremos la crónica en otro rato, pues…

Una ducha y a la cama. El móvil marca las 7:33 hora española. Llevo 24 horas en pie, que no despierto. Mañana toca relax para preparar el dí­a 1A.

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