Leo en PokerPoquer que el Ministerio de Economía ha lanzado un globo sonda sobre la privatización de la empresa estatal de juego. Dicen que el rumor es la antesala de la noticia, aunque con este Gobierno, capaz de desmentirse a sí mismo, de cambiar de opinión tantas veces como el cálculo electoral mande y con unos ministros negando lo que otros afirman, todo es posible.
Resulta curioso que el sector del juego haya estado en casi todos los países en manos estatales sin qué se sepa el motivo. Mejor dicho, el motivo se conoce demasiado bien; lo que no sé entiende es ninguna justificación creíble. Evidentemente, no se trata de dar un servicio ni de corregir un fallo de mercado, que dirían los keynesianos. Es, simplemente, un impuesto más: el impuesto de los tontos, de aquellos que quieren ignorar que cada euro invertido se convertirá en cien pesetas. Eso sí, el benefactor Estado que nos protege del mal no se corta un pelo en animar a la gente al vicio con millonarias campañas publicitarias.
Claro está que juega quien quiere y que incluso sabedores de que todos los juegos de azar son una especie de timo, puede resultar divertido soñar con millones de euros. Pero aún así, en libre competencia el jugador podría salir beneficiado y no tener que conformarse con esa mísera expectativa de que sólo se reparta el 60 % en premios. Siempre me pregunté por qué ninguna casa de apuestas ha ofrecido apostar a un número del Gordo de Navidad ofreciendo un 10% más del premio que diese la ONLAE. Tendría margen de sobra para obtener pingí¼es beneficios, aunque supongo que no se han atrevido a meterle con tanto descaro el dedo en el ojo al Estado.
Evidentemente, soñar con el libre mercado en cualquier sector es una utopía liberal, así que me temo que el Gobierno cuando se decida no aceptará un número ilimitado de competidores. Más bien al contrario. Lo único que pretenderá será quitarse de en medio la gestión del tema, a cambio de garantizarle el monopolio a una empresa privada por régimen de concesión a cambio de conservar su pedazo de tarta. O sea, que poco cambiará en el fondo. Eso sí, resultaría simpático ver a los niños de San Ildefonso lucir en su solapa el emblema de bwin y por ahí sí que puede llegar algo de luz para los jugadores: que el Estado vea como irremediable la presencia de empresas de apuestas on-line y el ambiente para ellas y nosotros, sus jugadores, sea menos hostil.
El tiempo dirá. Los establecimientos de venta de la ONLAE (con todos mis respetos, sustituibles perfectamente por una máquina) ya han dicho que plantearán batalla para mantener sus derechos. Pero a mí la idea me gusta como un pequeño paso de rendición del sector público ante el boom de las empresas de juego. ¿Qué sucederá? Hagan sus apuestas. Con Zapatero todo es posible.